Reflexiones Misericordia es ayudar al prójimo 23 agosto, 201624 agosto, 2020 by svsl Jesús le respondió: -Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos asaltantes que, después de despojarlo y golpearlo sin piedad, se alejaron dejándolo medio muerto… Pero un samaritano que iba de viaje, al llegar junto a él y verlo, sintió lástima. Se acercó y le vendó las heridas después de habérselas limpiado con aceite y vino; luego lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacó unas monedas y se la dio al encargado, diciendo: “Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a mi regreso”. ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los asaltantes? El otro contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: -Vete y haz tú lo mismo. Lc 10, 30-37 Estimado lector de la Agenda “Mujer si tú supieras”, quisiera pedirte que, antes de leer este artículo, te dirijas a tu Biblia, la abras en el evangelio según San Lucas y leas en él, el siguiente texto: Lucas 10, 25-37¿Ya leíste la cita bíblica? ¡Excelente! Comencemos. “He aquí que un Doctor de la Ley se acercó para ponerle a prueba”: Los escribas y doctores de la ley eran lo más parecido a los teólogos de nuestro tiempo que, incluso, llegaban a gozar de mayor reputación que los mismos sacerdotes porque “comprendían” a Dios y lo “podían explicar”. Sí. Leíste bien. Personas que comprendían y podían explicar a Dios. ¿Puedes creerlo?, ¿quién realmente puede comprender a Dios?, ¿quién puede siquiera pretender explicar a Dios? Esto me recuerda la historia de San Agustín: un día, mientras Agustín se paseaba a la orilla de la playa meditando precisamente sobre lo Divino, se encontró con un niño que, con gran entusiasmo, había abierto un agujero en la arena y con un trastecito le echaba agua del mar tomándolo de las olas que se acercaban a él. Movido por la curiosidad, Agustín se acercó y le preguntó a aquel infante ¿Qué estás haciendo? ¡Estoy metiendo toda el agua del mar en este agujerito que cavé en la arena¡ Respondió el muchacho entusiasmado. Entonces Agustín, con una sonrisa irónica y hasta un tanto sarcástica, le aseveró ¡eso es imposible! ¡jamás podrías meter toda el agua del mar en ese pequeño agujero! ¡el mar es demasiado extenso para que quepa en un recipiente hecho por algún humano! Entonces el niño levantó la vista y con ternura, pero también con firmeza, le dijo: lo mismo tratas de hacer tú, Agustín, cuando pretendes siempre entender a Dios. Realmente ¿quién podría entender a Dios o poderlo explicar? ¡nadie! solo pretenderlo es ya un acto de arrogancia, decir que se es capaz de hacerlo es ser soberbio. De allí que el autor del evangelio nos mencione que esta persona no buscaba respuestas, quería tentarle. Le dice “Maestro, ¿qué debo de hacer para obtener la vida eterna? Él le dijo: ¿qué está escrito en la ley? ¿cómo lees? Respondió: amarás al Señor tu Dios con todo… y a tu prójimo como a ti mimo.”: Cuando este jurista le pregunta a Jesús sobre lo trascendental o más importante, Jesús le responde con otra pregunta: ¿qué crees tú que debes hacer? Realmente las respuestas a nuestras preguntas están dentro de nosotros. Los seres humanos buscamos fuera lo que debiéramos buscar dentro. Difícilmente puede una persona externa darnos las respuestas a las incógnitas más profundas sobre nosotros mismos o nuestro propósito de vida. Debemos viajar hacia dentro. Al responder este joven a Jesús, nos presenta el vértice hebreo citando los libros del Éxodo y el Levítico, a través de los cuales encontramos algo interesante: un amor diferenciado. Según esta cúspide de la fe judía, a Dios le debemos un amor total y absoluto pero al prójimo un amor relativo. A Dios es con todo, al prójimo con una medida, con mí medida. Jesús va a darnos a los cristianos una nueva máxima, un nuevo mandamiento: “… Que, como yo les he amado, así se amén también ustedes los unos a los otros” (Jn 13, 34), concepto profundizado por San Juan en su primera carta donde nos hace referencia que “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve.” (1 Jn 4, 20) De aquí podemos concluir que la mejor manera de demostrar nuestro amor a Dios no es con alabanzas, oraciones, donaciones económicas o aun con sacrificios, sino más bien amando a nuestro hermano, amando a nuestro prójimo. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Lo golpearon dejándole medio muerto. Casualmente bajaba un sacerdote” ¡Oh! ¡qué suerte! ¡un sacerdote! Pero permítame ponerle atención a una palabra antes: “bajaba”. Jesús dice que este hombre bajaba, no que subía. ¿Por qué atender a este detalle? Porque Jerusalén –donde se encontraba el templo– estaba arriba y Jericó estaba abajo, a unos 30 km. Comúnmente los sacerdotes y levitas vivían en Jericó y subían a Jerusalén para prestar sus servicios en los oficios del templo. Esto implica que el sacerdote regresaba de haber permanecido una semana en el templo de Jerusalén. Había pasado una semana haciendo oraciones a Dios, atendiendo a los sacrificios, ofreciendo inciensos a Yahvé Sebaot. Venía seguramente de vivir momentos místicos en la presencia del Señor. Ahora sí: ¡Oh! ¡qué suerte! ¡un sacerdote! Esto debieron haber pensado quienes escuchaban a Jesús. Seguramente este gran personaje que está cerca de Dios va a ayudar a este pobre y golpeado hombre, pero ¡sorpresa! ¡lo rodeó! ¡siguió de largo! La audiencia casi no podía creerlo. Un buen hombre, una persona que sirve de cerca al Señor y que escucha constantemente la palabra de Dios no se detiene, sino que sigue de largo haciéndose de la vista gorda. ¿Recuerda lo mencionado atrás sobre un amor diferenciado? Aquí hay un ejemplo. Esto es lo que sucede cuando amamos a Dios con todo y a nuestro prójimo con nuestra medida. Pero no es únicamente cuestión del sacerdote. No. Este ejemplo nos involucra a mí y a ti. A personas que escribimos sobre el Señor y a aquellos que leen escritos sobre Él. Me incluye a mí y te incluye a ti. Personas de buena voluntad que amamos a Dios y vamos a misa. Genten que probablemente asistimos a nuestra comunidad o a desayunos de evangelización porque anhelamos conocer más a Dios. Genten que oramos y buscamos hacer su voluntad en nuestras vidas, pero que a la hora de ver a otro hijo de Dios golpeado o necesitado a la orilla del camino preferimos seguir de largo probablemente “no queriendo involucrarnos”. Los necesitados están allí. Están cerca, próximos a nosotros esperanzados en que alguno de nosotros se incline a ellos y les muestre compasión, que por cierto es el término que aparece en este texto de las Sagradas Escrituras. ¿Sabías que San Lucas únicamente utiliza este término compasión en tres ocasiones en sus escritos? La primera vez que aparece es en el episodio de la viuda de Naín, que va a enterrar a su único hijo y “Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: No llores. Y, acercándose, tocó el féretro” para luego resucitarlo. (Lc 7, 13ss) La otra ocasión en que San Lucas utiliza este término es en la parábola del hijo pródigo. Cuando este recapacita y vuelve a la casa de su padre “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión, corrió a echarse a su cuello y lo abrazó” (Lc 15, 20ª) En estas dos ocasiones la compasión va relacionada a Dios, como padre, o a Jesús como el salvador, con lo cual quizás el autor nos esté diciendo que quienes actúan como este buen samaritano, son lo más parecidos al corazón de Dios que, al ver a uno necesitado se acerca, le consuela y le ayuda a salir de la situación precaria en que se encuentra. ¿Quieres parecerte más a Dios?Ten un corazón compasivo y mitiga, en la medida de tus posibilidades, la desgracia de aquel que encuentras golpeado por el camino de la vida. Así, de esta manera, nuestro amor ya no será un amor diferenciado y llegaremos a parecernos un poco más a nuestro Padre, llegaremos a tener un corazón más parecido al corazón de Dios. Hermano Marlon Cardona
Reflexiones Misericordia es no juzgar 23 agosto, 201624 agosto, 2020 by svsl Jesús se levantó y les dijo: “-aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra. Jesús se levantó y le preguntó: – ¿Dónde están? ¿Ninguno de ellos se ha atrevido a condenarte? Ella le contestó: -Ninguno, Señor. Entonces Jesús añadió. – Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar.” Jn 8,7; 10-11. En nuestra vida cotidiana cuando compartimos con las diferentes personas, familia, amigos, compañeros de trabajo o la sociedad en general nos enteramos u observamos las acciones de las personas, y caemos en la tentación de dar nuestra opinión del comportamiento de éstas, al punto que juzgamos sus actitudes y en un momento hasta podemos condenar a alguien. Con que facilidad emitimos juicio sobre la vida de los demás como: la mujer que resultó embarazada sin estar casada, el varón que abandonó su familia, la mujer que se divorció, aquella que no visita a su mamá, la que tomó unas horas de trabajo para hacer una diligencia personal; en algunos casos nuestro comentario o juicio, basado en un hecho real, y en el peor de los casos basadas en una suposición o mentira. Antes de seguir con esta práctica de juzgar a los demás creyendo que hacemos lo correcto, o justificando nuestras acciones observemos a Jesús quien nos demuestra cual es la mejor manera de actuar cuando te enteres de la vida de alguien más o te la pongan enfrente para que emitas tu juicio. A Jesús le llevaron los maestros de la ley y los fariseos una mujer que había sido sorprendida en adulterio, la gente la señalaba, la pusieron en medio de todos y la lanzaron a los pies de Jesús, su paga por su delito era morir apedreada, y le preguntan a Jesús ¿qué hacemos con ella? (Jn 8, 1-11) Jesús nos empieza a mostrar que debemos hacer, descubramos juntas lo que Él hace: En primer lugar no se escandaliza, no pregunta más, no acusa, no señala, solo escucha. Esta hermosa actitud debemos de tener nosotras, cuando nos enteremos de algo, o nos lleguen a contar la falta de alguien, no caigamos en la trampa de preguntar, ¿cómo así tú? ¡En serio! Y luego emitimos juicio: -¡hay que barbará! ¡Como pudo! Y podemos agrandar más las cosas, lo mejor será no emitir ningún juicio, permanecer calladas, y podrías aún mejor cambiar el tema. En segundo lugar ante esta situación Jesús nos advierte algo que debemos considerar antes de emitir algún juicio o comentario, “No juzguen, para que Dios no los juzgue; porque Dios los juzgará del mismo modo que ustedes hayan juzgado y los medirá con la medida con hayan medido”. (Mt 7, 1-2) Con esta advertencia de Jesús ya tenemos suficiente argumento para que antes de emitir un juicio mejor no digamos nada. Recuerda, cada vez que señalas con un dedo hay cuatro dedos que te señalan a ti. ¡Cuidado! En tercer lugar menciona la escritura que Jesús se agacha y se puso a escribir, no respondió, Cuando Jesús se agacha se pone al lado de la mujer que estaba a sus pies, esto nos enseña que nosotras también debemos ponernos en el lugar que de la persona que estamos juzgando, debemos tener compasión de él o de ella, me parece que esto nos ayudaría a nosotras para no emitir juicio, ponernos en el lugar del otro, preguntemos ¿y si fuera yo? ¿Y si a mí me acusaran? ¿Cómo me gustaría que me trataran? Esto cambiaria todo comentario o juicio, en eso debemos pensar antes de emitir un juicio. La gente insistía en preguntarle a Jesús, también las personas que estén a tu alrededor insistirán en que digas algo, en que juzgues y Jesús responde “– Aquel de ustedes que no tenga pecado, que tire la primera piedra—“. En estas palabras debemos de meditar. Y con estas palabras también podrás contestar cuando te pregunten. Después Jesús siguió escribiendo, dicen los expertos que posiblemente escribía los pecados de cada uno de los que estaban allí, y todos se fueron. No podemos lanzar la primera piedra, no vaya ser que escuchemos a Jesús decirnos “¿Cómo es que ves la basura del ojo de tu hermano y no ves la viga que tienes en el tuyo?”. (Mt 7, 3) Jesús hace una línea en el piso, en ese instante separa a la gente y se hacen dos bandos, la gente que acusa y el lado de Jesús con la mujer. Eso hace Jesús a cada instante de nuestra vida, cuando nos acusan, nos señalan, Él siempre estará del lado del que acusan, porque ella la llevaron ante Jesús nunca negó su pecado, ni tampoco acuso a los otros. Permaneció callada, humilde a los pies de Jesús. Resulta peligroso el juzgar dicen los psicólogos que cuando uno señala los defectos de otros quizá esta señalando sus propias carencias, de lo contrario no lograríamos verlo. Dejemos que sea Jesús quien juzgue, quitémonos esa falsa imagen de grandes católicas que podemos señalar a todos, de perfectas y conocedoras de la ley, pongámonos del lado del que es señalado y miremos con ojos de misericordia. Dediquemos a ver las fortalezas de los demás, sus luces y quitemos nuestra mirada de sus sombras. Pidámosle a Dios nos conceda la gracia de ver a los demás como el nos ve, esa será la mejor manera de llevar la misericordia a los demás. “Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos”. (Mt 5,7) Debemos de tener cuidado de qué lado queremos estar: del lado de las que señalan y juzgan o del lado de Jesús que se pone en su lugar, tiene compasión, perdona y defiende, en pocas palabras del lado de la Misericordia. – Tú eliges. Bendiciones, Hna. Nancy Mazariegos de Cabrera.
Reflexiones Misericordia es perdonar las ofensas 23 agosto, 201624 agosto, 2020 by svsl Entonces él les dijo: -Acérquense a mí. Ellos se acercaron, y él les repitió: -Yo soy José, su hermano, el que ustedes vendieron a Egipto. Pero no estén angustiados, ni les pese el haberme vendido, pues Dios me envió para que viniera antes que ustedes y pudiera salvar sus vidas. Gn 45,4-5 En aquel tiempo antes de Jesucristo, desde el primer libro de la Sagrada Escritura se habla sobre la vida de Jacob y su familia, la cual era muy numerosa, nada menos que compuesta por 12 hijos a los cuales quería mucho, pero resaltaba su preferencia por uno de ellos llamado: José y esa preferencia hizo que sus hermanos lo llegaran a odiar al punto de separarlo de la familia de una manera tan cruel que fue vendido como un esclavo a los egipcios. A partir de ese momento sufre mucho y pasa situaciones tan difíciles como para tirarse a llorar o morir, sin embargo, la mano de Dios siempre lo sostuvo, fue esa mano amorosa y misericordiosa la que hizo que soportara toda ofensa, intriga, maldades e injusticias que tuvo que vivir. Algunas cualidades para admirarlo: su gran fe, humildad y fidelidad que tenía hacia Dios. En medio de todo sufrimiento supo salir adelante, supo olvidar lo que le habían hecho sus propios hermanos y emprender una nueva vida. En una situación de soledad procuró siempre hacer el bien y todo trabajo que le delegaban lo hacía con mucha eficiencia buscando ser el mejor. Al ser el mejor llegó a ganar la confianza del faraón quien lo nombró administrador y más tarde jefe de Egipto. En este momento, José podía sentirse agradecido y feliz con Dios porque le había cambiado su vida totalmente, sin embargo, ¿que habría realmente en lo profundo de su corazón? Quizá se preguntaba ¿por qué me alejaron de la persona a quien más quería? ¿volveré a ver a mi padre? ¿si encuentro a mis hermanos, quienes me hicieron tanto daño y me privaron de libertad , los podré perdonar algún día? Amados hermanos y amigos, hago énfasis en estas tres preguntas anteriores porque es probable que en tu vida hayas podido haber pasado por una situación similar llena de engaños, envidias, privaciones, calumnias, soledades, injusticias etcéteraY, probablemente, esas personas vuelvan a aparecer en tu vida, ¿te has preguntado cómo reaccionarias? ¿quieres volver a ver a esas personas? Aunque te parezca extraño, ojalá Dios te conceda la oportunidad de ponerlas en tu camino y que la vida de José te enseñe a saber cómo reaccionar ante ellas (Gen capítulos 37.38.39.40.41 ) ReaccionesCuando llegó el momento de hambruna en Canaán sus hermanos aparecieron ante José y al verlos se postraron ante él pidiendo que les vendiera trigo, ellos no lo reconocieron pero José sí los reconoció.José, en su mente, planificóo usar con astucia un plan para que los hermanos llevaran al resto de su familia con él y así poder ayudarlos sin darse a conocer. Gen 42.43 En el Cap. 42,21 ss Los hermanos reflexionaron y por fin reconocieron la falta tan grave que habían cometido con él en el pasado y consideraron que estaban pagando por ello. Cap. 43,13 Los hermanos regresaron ante José enviados por su padre diciéndoles: tomen a sus hermanos levántense y vuelvan “que el Dios de las Alturas les haga hallar misericordia ante ese hombre”…sin saber que ese hombre era el hijo que creía muerto desde hace años José al recibirlos nuevamente les propuso venderles el trigo a cambio de que el hermano menor quedara con él. Rubén dijo: “si no regresamos a Benjamín con nuestro padre morirá de pena en su vejez, ya que había perdido un hijo anteriormente”. En ese momento José llora fuertemente y les declara: “Yo soy José, el hermano que ustedes vendieron como esclavo a los egipcios”. En ese llanto vinieron todos los recuerdos tristes, angustias, soledades, humillaciones, intrigas del pasado, pero fue bueno su desahogo porque que su corazón estaba sanado por completo, ya que estaba dispuesto a olvidar y perdonar, diciendo: “No se apenen ni les pese haberme vendido porque Dios me envió adelante para salvarles la vida”. Hermosa enseñanza para nuestras vidas: Somos humanos, podemos llorar, claro que sí.Después del llanto puedes quedar con rencor y deseos de venganza oDespués de llorar, olvidar, fructificar y tener misericordia por los alejados de Dios quienes te hicieron daño. ¡Que el Dios de las alturas les haga hallar misericordia! (Gen. 43,14)La misericordia hace que tu corazón sea compasivo para que puedas perdonar, ayudar y salvar. Espero que este pasaje bíblico les ayude a revisar su vida y puedan aprender a ser misericordiosas para que nuestro Padre tenga misericordia con ustedes en el día final. Amado hermano: deseo que DIOS ponga en tu camino a todas las personas que te han hecho daño y tú puedas tener la capacidad de perdonar y alcanzar la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo. Amén. Hermana Betty Fajardo
Reflexiones Misericordia es ir a buscar al que está perdido 23 agosto, 201624 agosto, 2020 by svsl Entonces Jesús les dijo esta parábola: – ¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar a la descarriada hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros llenos de alegría, y al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!” Pues les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Lc 15, 3-7 Así lo relata el evangelio de San Lucas 15: 1 Todos los recaudadores y los pecadores se acercaban a escuchar. 2 Los fariseos y los doctores murmuraban: -Este recibe a pecadores y come con ellos. 3 Él les contestó con la siguiente parábola: 4-Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el páramo y va tras la extraviada hasta encontrarla? 5 Al encontrarla, se la echa a los hombros contento. 6 se va a casa, llama a amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque encontré la oveja perdida. 7. Os digo que lo mismo habrá en el cielo más fiesta por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. En este mundo materialista, calculador, mercantilista, ventajista y hasta abusador, la misericordia, la compasión y el perdón no es un tema muy popular, tampoco presenta grandes beneficios; es más, basándonos en aquel famoso refrán “más vale pájaro en mano que cien volando” la presente parábola es totalmente contraria al pensamiento egoísta e interesado del ser humano. Pero Jesús interviene en el rumbo de nuestras vidas, para presentarnos el pensamiento de Dios, mostrarnos la misericordia de un rey pastor que cuida sus ovejas, que sale a pelear para rescatar a una de sus ovejas. El pastor ha dejado a 99 ovejas seguras, pero se esforzará por encontrar a la extraviada, se arriesga por el 1% de su propiedad, pero la oveja, es más que una posesión material, existe un vínculo personal, conoce su nombre, y al escuchar su voz, grita desesperada por ser hallada, no importa el esfuerzo realizado por este buen pastor, que al rescatarla la lleva en sus hombros y se alegra levantando a este corderito, llevándole junto a su pecho, atendiéndole como a recién nacido. Cuando se compara la alegría de encontrarla, es una alegría desproporcionada, pues supera al sentimiento de tener seguras a las 99 restantes, será por el desafío de encontrarla, será que cada minuto que pasa sin ella, su ausencia duele más, será que cada paso que da, le acerca no solo en distancia sino en la alegría de volverla a ver. El corazón del pastor palpita aceleradamente, porque sabe que si no la encuentra pronto, la perderá para siempre, el campo está lleno de peligros para la oveja, sin el pastor, la oveja está perdida, agoniza sin su voz, sin su guía y sin su presencia. Seguro que la oveja baló, gritó, clamó y el pastor al escuchar su sonido la visualiza, sus ojos se llenan de lágrimas, ahora nada le impide al pastor tenerla junto a él. Toda su atención, todo su esfuerzo, todo su sentimiento se centran en la que hacía falta, todas están seguras para pasar la noche, pero esta faltaba, esta le hace arriesgar su propia vida, por eso al volverla a ver, la abraza, se la echa en hombros, si era suya, ahora es más suya, si estaba más lejos que nunca ahora está más cerca que nunca, es 100 veces más suya, le ha dado más alegría que las 99 que quedaron. Sus 100 ovejas era todo lo que tenía, estuvo a punto de perderla, ahora que la encuentra celebra, así como todos se enteraron de su dolor, de su épica búsqueda, ahora todos, amigos y vecinos celebrarán la alegría de haberla rescatado. Si por un momento también nos pusiéramos a pensar en el corazón de la oveja, una mañana como cualquier otra, salió con el grupo a pastar, pero algo la distrajo, tal vez la curiosidad, o por travesura, el punto es que cuando volteó a ver, ya se habían ido, y mientras más caminaba, más se alejaba, le invadió un miedo, como ella nunca había experimentado, estaba sola, su vida, su alimento, su seguridad dependía del pastor; un frío, un temor, una sensación mortal la rodeaba, sonidos extraños, sombras, olores que nunca había percibido. Pero cuando escucha la voz del pastor, gritó como un niño por su madre, al momento, sin ningún reclamo, su pastor la abraza y la lleva sobre sus hombros, ya estaba segura, casi se duerme en el camino, pero al llegar a casa la recibieron como la oveja más popular de todas, a ninguna le habían hecho un recibimiento de tal magnitud, estaba perdida y ha sido hallada, estaba muerta y ha vuelto a la vida. Con estas imágenes es fácil ubicar a los personajes, la oveja, está en primera persona singular: “yo”, las otras ovejas, son aquellos cuyas vidas son buenas, viven tranquilos, hasta los admiramos y a veces hasta los envidiamos, pero el personaje principal, el pastor: Jesús nuestro Salvador. Me cuesta a veces entender que he cometido errores, quizá por distracción, por debilidad, por curiosidad o bien por llevarle la corriente a mi madre, o a las autoridades. ¿Cuál es la relación que tengo con Dios? Es una pregunta muy válida pues me debo preguntar si Jesús es mi Pastor A la luz del Salmo 23, si Dios es mi Pastor “nada me faltará.” Pero a mí todo me falta, me falta dinero, motivación, cubrir mis principales necesidades, paz interior, sentido de vida, etcétera Preguntarme qué es lo que me hace alejarme de mi Pastor es importante, pero lo más importante es reconocer que me alejé y me perdí, que necesito reencontrarme con mi Pastor. En esta historia se muestra la misericordia infinita de Dios, porque el actuar del pecador no obedece al de una oveja, la maldad que cometemos, para Jesús es como una oveja que se separa del redil, el esfuerzo del pastor por encontrarla, es una búsqueda que incluye el abandono de lo que tenía seguro, pues para Dios somos tan valiosos los pecadores, que no duda en abandonar el cielo para venir al mundo como un niño y entregar su vida como precio de rescate por los pecadores. Hay dos momentos muy emotivos, el momento en el que la encuentra, la abraza y no la suelta hasta llegar a casa y el momento en que todas las ovejas están reunidas, es fiesta, es motivo para celebrar. Este hecho motiva una una frase, para algunos escandalosa: “hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión”. Qué puede hacer la oveja para ser encontrada, balar, gritar, clamar misericordia, este es el momento de tomar la decisión más importante de tu vida, no dudes del amor y la misericordia de Dios, es el momento de provocar la fiesta más grande que jamás imaginaste, ni la alegría que provocan 99 justos, se compara a la alegría que tu conversión provocará en el cielo. Serás la oveja encontrada, o serás la oveja que perezca perdida, tú provocarás gran alegría en el corazón de tu pastor y una gran fiesta, o bien seguirás hundido en soledad, en la incertidumbre, en el miedo de cada día, en una agonía mortal, heredando por su puesto a la siguiente generación esa espantosa experiencia de sentirte perdido. Ya pasaste lo peor, ahora tu Pastor se acerca, te llama por tu nombre, El te conoce, pero espera pacientemente tu decisión, déjate encontrar, déjate cargar, permítele que te acerque a su corazón, una vez sobre sus hombros, Él tomará el control, entrégale a Jesús tus sentimientos, tus emociones, tus pensamientos, tu pasado, tu presente y tu futuro, en una sola frase: déjate amar por Jesús, recibe su amor, Él ya lo hizo todo, este es tu momento, el encuentro de la oveja perdida con su Pastor, su amor sanará toda herida de tu corazón, ten confianza en Él y experimentarás ser llevado en los hombros de Jesús, hasta la casa del Padre y juntos celebraremos el gozo eterno de la comunión con Dios. José Miguel Rojas Martínez.
Reflexiones Misericordia es ayudar al ennfermo 23 agosto, 201624 agosto, 2020 by svsl Entonces le trajeron un paralítico tendido en una camilla, Jesús, viendo la fe que tenían dijo al paralitico: – Ánimo, hijo tus pecados te quedan perdonados. Mt 9, 2 Te has puesto a pensar ¿qué es lo peor de estar enfermo? Algunos pensarán en lo desagradables que son la medicinas y que, además, son caras; otros dirán que lo peor es el dolor que produce toda enfermedad; otros, que los problemas secundarios como faltar al trabajo y el riesgo de quedar desempleados si la enfermedad se prolonga. Todas estas respuestas son verdaderas pero lo peor que tiene que pasar una persona enferma es la soledad y el abandono. A las personas les gusta compartir con personas sanas. Los niños quieren un compañerito que salte, juegue, corra y ría; los adolescentes un amigo o amiga que vaya al cine, a las fiestas, de compras o simplemente salga a comer; los adultos quieren a un buen conversador, alguien que les escuche todos sus problemas y le proponga soluciones, incluso, que le anime a seguir adelante. Cuando a la vida de alguien llega una enfermedad, estarás de acuerdo en que las personas no están en la capacidad y disposición de hacer muchas de aquellas cosas “entretenidas y alegres”. Es por ello que se les va abandonando, ya no se les toma en cuenta. Se dice o se piensa “a ella no le digan nada, no la inviten porque está enferma y nunca puede”; “ese niño no puede correr” o “ese joven es aburrido porque no puede ir a fiestas”.Las personas enfermas van experimentando que a los demás ya no les interesan. Ya no reciben una llamada o una visita. Los amigos, los compadres, los compañeros de trabajo y hasta la familia desaparecieron, ya no están. Es sabido que a muchos enfermos los dejan abandonados en los hospitales; es común leer en el periódico que se solicita la presencia de algún familiar que se haga cargo del enfermo. El enfermo se convierte en un estorbo que les impide realizar muchas cosas que ellos consideran más importantes.Sé que este panorama es muy triste pero, lamentablemente, es una realidad. La siguiente pregunta es ¿qué debo hacer ante esta realidad? El evangelio de San Marcos nos muestra en el capítulo 2: 1-12 un gran ejemplo de la actitud que todos nosotros debemos tener ante todo enfermo que conocemos, especialmente si este es nuestro amigo o familiar. Te invito a que lo leas. Pudiste notar que hay unos personajes realmente admirables “los amigos del paralítico”. Pienso en ellos, que podían caminar andaban en las calles y en otros pueblos y habían escuchado hablar de Jesús y de todos los milagros que realizaba. Cuando se enteraron que Jesús estaba en Cafarnaúm fueron a traer a su amigo. Ellos estaban atentos a su amigo enfermo, creo que tenían sus propios problemas y pudieron pensar en ellos mismos primero y aprovechar que Jesús estaba allí, pero no tienen una actitud egoísta. Tuvieron misericordia de su amigo y decidieron hacer algo. Sería bueno dejar algunas veces nuestras necesidades y pensar que hay otros que tienen necesidades más grandes que las nuestras. Recuerdo a mi amiga Aurita de Diéguez que estaba en silla de ruedas pero en su oración pedía por todos sus amigos y sus necesidades, se olvidaba de su propia necesidad que, por cierto, era grande. Sigue narrando el evangelio que había mucha gente, pero ese no fue obstáculo para los amigos. Se subieron al techo y abrieron un boquete. Piensa por un momento que eso no es fácil; no lo es ni para las personas que están sanas y mucho menos subir a una persona en una camilla. Abrir un boquete tampoco lo era y peor aun en una casa que no era la de ellos. Esto traería muchas consecuencias en las cuales no se fijaron los amigos en su gran afán por llevar ante Jesús a su amigo enfermo. Muchas veces nosotras ponemos toda clase de excusas para no visitar a los enfermos, para no darles un poco de compañía, para realizar una simple llamada, para hacer una visita, para orar por ellos, para animarles un poco, para llevarlos ante Jesús. Estamos demasiado ocupadas o eso es lo que decimos. Tomemos la actitud de los amigos, busquemos un tiempo, hagamos el espacio, luchemos contra lo que sea para poder estar con ellos pero, sobre todo, para ponerlos en la presencia de Jesús. Dice el evangelio que Jesús vio la fe de los amigos. Qué hermoso sería que por nuestra fe los enfermos sanaran, tal vez ellos ya estén lo suficientemente desanimados y hasta hayan perdido la fe, pero por la nuestra el Señor puede hacer un milagro. Velar, ayudar a los enfermos es una gran obra de misericordia. Que el Señor bendiga a los que han descubierto esto desde hace mucho y lo practican. Para nosotros quienes tal vez hasta hoy lo estamos reconociendo, que el Señor nos permita tener la misma misericordia que Él tuvo para con los enfermos y nos dispongamos a ir con ellos a mostrarles que no están solos, que no están abandonados que estamos allí pero, sobre todo, mostrémosles que Jesús está con ellos para perdonar sus pecados y sanar su cuerpo y puedan experimentar nuestra misericordia y la de Dios. Griselda de Velásquez
Reflexiones Misericordia es empezar de nuevo 23 agosto, 201624 agosto, 2020 by svsl Cuando se iba de allí, vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo: -Sígueme. Él se levantó y lo siguió.Jesús les dijo: –No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Entiendan bien qué significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Mt 9,9-13Ángel García-Zamorano El Papa Francisco ha convocado el Año de la Misericordia (del 8.12.15 al 20.11.16) para que, teniendo en cuenta la misericordia con la que Dios actúa con nosotros, “también nosotros seamos signo eficaz del obrar del Padre” (MV 3). Tener en cuenta la actitud de Dios, puede hacer posible el cambio y volver a empezar de nuevo. Quienes leen estas líneas estoy seguro de que son personas que un día sintieron que el Señor las llamaba a renovar su vida y dieron el paso. Pero la conversión cristiana no es solo el primer encuentro con el Señor, sino lo que podemos llamar “segunda conversión”, que de ordinario es más difícil y larga que la primera por dos razones: porque implica la perseverancia, virtud de ordinario desconocida en nuestro medio; y segundo, porque el seguimiento fiel de Jesús nunca ha sido fácil. Somos muy dados a las llamaradas de tuza pero no a mantener el fuego; a desbordamos en emociones efusivas y sentimientos pasajeros que cuando pasan nos dejan vacíos, pero no a mantener la palabra “te seguiré, Señor, adondequiera que vayas” (Lc 9,57). Por eso vemos tantos cristianos y cristianas que con ocasión de un retiro, una plática, una convivencia, dicen que han encontrado al Señor, lloran, suspiran y sollozan. Cualquiera diría que se trata de la samaritana o San Agustín, pero después se olvidan de todo y llevan una vida mediocre. Como dice el Papa Francisco, son cristianos “con peros…, que no terminan de abrir el corazón a la salvación de Dios y siempre ponen condiciones. ‘Sí, pero…’. ‘Sí, sí, sí, quiero ser salvado pero por este camino…’. Y así el corazón se envenena” (24.3.15). Lo difícil es perseverar en el proceso de conversión comenzado, lo cual no se hace sin sacrificio y sin una vida cristiana seria. Esta actitud de decir “si… pero” da lugar a ser “cristianos de nombre, cristianos de salón, cristianos de recepciones, pero su vida interior no es cristiana, es mundana. Uno que se dice cristiano y vive como un mundano, aleja a los que piden ayuda a gritos a Jesús” (28.5.15). Por eso es tan importante que seamos capaces de volver a empezar cada día experimentando la misericordia de Dios con nosotros, aun en medio de nuestras dificultades y tropiezos, y a comunicarla para que también otros sientan su misericordia y vuelvan a empezar cambiando su estilo de vida. La bula del Papa Francisco con la que convoca al Año de la Misericordia (MV), pone diversos ejemplos para que comprendamos lo que significa que Jesucristo miraba a las personas con misericordia y las posibilidades que encierra: “respondía a sus necesidades más reales”, para que ellos, a su vez, anuncien todo lo que el Señor les ha hecho y la misericordia que ha obrado con ellos (cf. Mc 5,19). Uno de estos ejemplos es Mateo. La mirada del Señor hizo posible cambiar totalmente su vida y de cobrador de impuestos y pecador público –como eran considerados entonces los que tenían ese oficio– fuera uno de los doce escogidos para estar cerca de Él y transmitirnos “el mensaje más hermoso que tiene este mundo” (EG 277). San Mateo experimentó la misericordia del Señor y esto fue suficiente para cambiar su vida y perseverar en su camino. Dice así la bula del Papa Francisco: “También la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano, para que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta escena del evangelio, escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió: miserando atque eligendo. Siempre me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema” (MV 8). La mirada de misericordia de Jesús que le elegía a pesar de sus pecados y sentirse libre de ellos, fue suficiente para cambiar su vida y volver a empezar de nuevo. El Papa Francisco ha hecho de las palabras que San Beda pone en boca de San Mateo: “me miró con misericordia y me eligió”, el lema de su pontificado. El resultado lo vemos en la forma en que lo está desempeñando con misericordia haciendo posible el cambio en la Iglesia, abriendo sus puertas e invitando a todos a experimentar la misericordia. Sus gestos con los enfermos, los niños, los ancianos; su deseo de que los divorciados vueltos a casar se encuentren a gusto en la Iglesia y la sientan como su casa; la compasión que muestra ante las tragedias de todo género que sufre el mundo, humanas, climáticas y ecológicas, indican la fuerza de la misericordia. Ahora queda hacer que la misericordia sea también para nosotros, como para San Mateo, una motivación para volver a empezar o renovar en profundidad nuestra vida cristiana para no ser “cristianos de salón” ni “tener el corazón envenenado”, para abrir nuevos horizontes experimentando la misericordia que el Señor ha tenido con nosotros y, en consecuencia, entrar en sintonía con Jesús asimilando sus enseñanzas, sus pensamientos y comportamientos; convirtiéndonos en personas capaces de reconciliar porque nos hemos sentido reconciliadas, de compartir con otras personas y servirlas porque el Señor ha tenido misericordia de nosotros y ha compartido su vida para que aprendamos a vivir con sentido en medio del sin-sentido que nos presenta la sociedad de hoy. Para empezar de nuevo una vida animada por la misericordia, como San Mateo, es necesario que no nos fijemos tanto en el cumplimiento de leyes, prescripciones y normas, sino en una vida animada por la cercanía al otro y hacer el bien (llevar “salvación”, con todo lo que esta palabra implica) a los demás. Así termina el pasaje de la vocación de San Mateo, cuando los fariseos se escandalizaban de que Jesús comía con los pecadores olvidando las prescripciones de la ley, Él respondía: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Entiendan bien qué significa: misericordia quiero y no sacrificios; porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt 9,12-13). La observancia no cambia a las personas, las esclaviza. Solo sentirse liberados y perdonados por la misericordia que el Padre ha tenido con nosotros, como San Mateo, es fuente de renovación porque nos invita a vivir con la misma misericordia de que hemos sido objeto, especialmente con quienes más lo necesitan, los pobres y marginados de nuestra sociedad, por cualquier razón que sea, las personas que viven solas y piensan que nadie mira por ellas. A San Mateo, la misericordia que Jesús usó con él fue capaz de transformar su vida de pecador público a apóstol, de volver a empezar dejando lo anterior atrás. Esa misma misericordia usa Jesús con nosotros y cuando la comprendamos, puede hacer que comencemos una vida más fiel de seguimiento y de servicio a quienes nos rodean, dejando la vida “mundana” atrás; de respeto a nuestra madre naturaleza con una vida más sobria y más cuidadosa del medio ambiente que “es un modo de amar, de pasar (cambiar) poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios” (LS 9).