Vamos a girar nuestro tema sobre la base de permanecer. Se encuentra como centro o balance de este texto: ¿Antes? La analogía de permanecer: Jesús es la vid, nosotros las ramas. ¿Después? Solo en la permanencia podemos dar frutos y lo podemos todo (o a la inversa: sin él no podemos nada)
Primero comprendamos que el Señor, antes que nada, nos ha llamado para permanecer junto a él. San Marcos en su evangelio nos expone que Jesús, cuando sube al monte, llamó a los que quiso para que “estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (Cf Mc 3, 13-15). Hoy muchos hemos invertido el asunto: nos gusta servir, predicar, colaborar, atender a los demás y todo esto con poder, pero olvidamos “estar” con Jesús. Por supuesto que al Señor le agrada que nos demos a los demás, pero esta acción tan noble y exigida por él, carece de fuerza, ánimo y peor aún de sentido si no es alimentado por mantenerse cerca de Jesús.
Pero ¿Cómo permanecer? Veámoslo a la luz de las primeras comunidades en Hechos de los Apóstoles. La comunidad primitiva se mantuvo fiel, creció y se desarrolló en medio de un ambiente sumamente hostil, al punto que perseverar o permanecer llegaba a costarles la vida. ¿Cómo lo lograron? ¿Qué hicieron para persistir? Veámoslo:
“Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones” Hch 2,42.
La escucha de la palabra: Hoy en día escuchamos de todo: noticias (no siempre buenas) comentarios sin base (chismes), personas con buenas intenciones, pero con los peores conceptos (críticas), etc., pero a veces lo que menos escuchamos es la Palabra de Dios. Quizás si comprendiéramos lo que logra su escucha lo haríamos con más frecuencia. La Palabra de Dios genera vida, crea fe, produce cambios, asusta al diablo, realiza milagros, sana heridas, edifica el carácter, transforma las circunstancias, imparte alegría, supera la adversidad, derrota la tentación, infunde esperanza, libera poder, limpia nuestras mentes, hace que las cosas existan y garantiza nuestro futuro para siempre… ¡Aleluya! ¡No podemos vivir sin la Palabra de Dios! De hecho, la fe viene de oír, oír la palabra de Dios (Rm 10,17). Escucharla es más que oírla, es atenderla, meditarla y obedecerla.La unión fraterna: Aunque nuestra relación con Jesucristo es personal, Dios nunca dijo que debe ser privada. Fuimos creados para pertenecer a una gran familia, la familia de Dios: La Iglesia. Cuando nos hacemos hijos de Dios, también nos hacemos hermanos de sus demás hijos, esto es lo que llamamos comunidad. Necesitamos vivir y celebrar nuestra fe de la mano de nuestros hermanos en comunidad. Cuando el libro de Eclesiastés describe que “dos son mejor que uno”, también se refiere a esos amigos entrañables que si caemos nos levantan, que nos comparten de su calor del amor y la fe o que nos defienden cuando nos vemos amenazados (Cf Ecle 4, 9-12) y en las tres ocasiones utiliza la expresión ¡Hay de quien anda solo! Pues no tendrá quien le levante, le de calor o le defienda. Necesitamos vivir en comunidad.La Fracción del Pan: Quienes se dedican a la nutrición dicen que “somos lo que comemos”, entonces si comemos a Jesús en la Eucaristía, nos convertimos en otros “cristos” o como nos dicen desde el principio de la Iglesia: cristianos. Comulgar es permanecer en comunión íntima con Jesús. En el Santísimo Sacramento del Altar podemos contemplarle, adorarle y tomarle en cuerpo, alma y divinidad ¡Es la comunión por excelencia!La oración: Una cosa es pensar sobre Dios, hablar de él y de su designio (teología). Otra muy diferente es hablar a Dios, abrirse a él, llorar ante él por la alegría del logro o por la obscuridad de nuestra historia. Preguntar ¿Hasta cuándo Señor? “La oración no es nada más que una íntima relación de amistad a solas con Aquél que sabemos que nos ama” diría santa Teresa de Jesús. Permanecemos cuando hablamos constantemente a quien pertenecemos.
¿Quieres permanecer en Jesús? Haz estos cuatro propósitos:Escucha asiduamente la Palabra de DiosAsiste asiduamente a tu comunidadVive asiduamente tus sacramentosSé asiduo en la oración.
Hno. Marlon Cardona