Tenemos un maestro que nos dio las respuestas del examen final, esta respuesta que nos garantiza ganar la prueba más importante de nuestra existencia, nuestro destino eterno, la entrada al Cielo. Pero no por una razón alcahuete o fraudulenta, sino porque era imposible para el hombre salvarse, era necesario un Sacrificio que cubriera la multitud de pecados de la humanidad. El Padre entregó a su único Hijo, para que todo aquel que en
El crea, no se pierda, sino tenga la Vida Eterna.
El mensaje de Jesús siempre fue un mensaje de autoridad, de ánimo, de amor, de perdón, de esperanza y sobre todo de gozo. Él mismo era el Mensaje, la Palabra hecha hombre, Su objetivo fundamental: que participemos del Reino de los Cielos, participar en su alegría, que inicia con nuestro encuentro y conversión, la que se proyecta al cielo: “Porque hay más alegría en el Cielo por un pecador que se convierte que por 99 justos que no necesitan conversión”.
A la luz de Heb.12,2 “fijos los ojos en el que inició y consumó la fe” … fijos los ojos en Jesús. El cual, por la dicha que le esperaba, sufrió la cruz, despreció la humillación y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Su objetivo era claro, alcanzar la dicha, el gozo, la alegría de nuestra salvación, desde el Génesis ¡Dios quiere salvar al hombre! Su mensaje, los profetas, y sobre todo la venida de Cristo a este mundo, es el culmen del plan de Salvación.
El ángel que anuncia a María, – “Alégrate, favorecida, el Señor está contigo”; Isabel experimenta el gozo en su vientre, su hijo, Juan el Bautista, salta de gozo. Los pastores recibieron del ángel una gran alegría, una noticia de gran gozo, el nacimiento del Salvador y Mesías. Los Magos que venían de Oriente, al ver la Estrella, en el relato de Mt.2 Se llenaron de un “gozo inmenso,” ¡qué gozo sentirían! al ver al niño Jesús, ¡qué humildes! desbordaron en adoración y en ofrenda de valiosos presentes.
En Lucas 2 nos presenta el gozo, del niño Jesús perdido, y el joven Jesús encontrado, el lamento que se convierte en baile, como prefigurando la muerte de Lázaro, ante la cual Jesús lloró, pero que, con su Presencia, su Palabra, y su Poder, el funeral se convierte en Fiesta. Cuántos funerales fueron frustrados ante el poder de la Vida que Jesús manifestaba. El poseía poder del Señor para sanar, para liberar, para consolar y resucitar. No había enfermedad, tristeza, demonio, circunstancia que prevaleciera ante su presencia. Nada nos podrá apartar del amor de Dios. Jesús en sí mismo es la Buena Noticia del Padre, Él es la causa de nuestra alegría, dando vista a los ciegos y sanando los corazones destrozados.
Sólo al participar de la alegría de Jesús, nuestra alegría será plena, completa y llegará a ser eterna. Este gozo que inicia con el encuentro de Cristo, revelado por el Espíritu Santo, para no quedarnos en un Jesús histórico, lejano, distorsionado, como le sucedió a Judas, quien tenía una imagen preconcebida del Mesías, un líder político, un revolucionario, alguien que resolvería sus problemas temporales, pero Jesús no se ajustó a ese perfil. Por eso Judas lo entregó, y no participó de la alegría de Jesús, como lo hicieron sus discípulos. Nos puede pasar, que cuando Jesús no hace lo que queremos, no nos responde según nuestra voluntad, nos decepcionamos y lo entregamos por unas monedas, por unos placeres, por unos placebos, pero despreciamos la Salvación Eterna.
Es su Palabra la que nos guiará a la Alegría plena, completa y eterna, que no depende de lo que nos rodea, de lo que nos suceda, de nuestros sentimientos. Nuestra alegría, reposa en El, depende de Jesús, el Nombre que está sobra todo nombre, el mismo de ayer, de hoy y de siempre, la roca inconmovible, el Alfa y la Omega, el origen y destino de nuestra fe; el principio y el fin; aquel que tiene poder de perdonar pecados, dominar el viento y la tempestad. Nuestro amado Pastor que recoge a la oveja perdida y la lleva en sus hombros para celebrar una fiesta eterna. Ese pastor que es Padre y esa oveja que es hija; esa fiesta que inicia desde que el Pastor la lleva en sus brazos, esos brazos de Jesús, que son el inicio de la alegría plena, del Cielo Eterno.
Ing. José Miguel Rojas