Este salmo es un homenaje a la misericordia de Dios y al mismo tiempo una invitación a dar gracias. En efecto, el autor del salmo coloca al inicio y al final las palabras: Bendice al Señor, alma mía. Es una frase colocada como un broche y en medio se describen las maravillas que Dios ha ido realizando a lo largo de la historia de la salvación, y nos llevan a la conclusión de que el amor y la misericordia de Dios son inmensos. De hecho, en el versículo 11 usa una imagen muy elocuente cargada de significado: como la altura que hay del cielo a la tierra, así de grande es su amor…
Los versículos 1 y 2 son una invitación a dar gracias y bendecir al Señor. El autor del salmo, dialogando con su alma invita a todo su ser a bendecir al Señor. Estas palabras nos recuerdan el mandamiento supremo del amor que nos recuerda: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas (Dt 6,5; Lc 10,27). Se trata de bendecir al Señor Dios con todo nuestro ser, con todas las dimensiones de la persona, todo nuestro mundo cognoscitivo, volitivo, emocional, pasional, imaginativo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, pasado, presente y futuro, afectos y sentimientos… en fin, ¡qué todo nuestro ser bendiga al Señor! Se incluye, además, una invitación a no olvidar todo los beneficios que recibimos de Dios. En ocasiones, cuando pasamos por momentos de dificultad, experimentamos esa desagradable sensación de haber sido abandonados por Dios. El mismo Jesús mientras moría en la cruz exclamó: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34). Pero, precisamente en esos momentos difíciles, debemos recordar todo lo bueno que Dios ha hecho en nuestras vidas, como transformar nuestra tristeza en gozo trayendo a la mente aquellos hermosos momentos en los que experimentamos la cercanía de Dios, hasta el punto de lograr decir con el salmo 116,12 ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Los versículos del 3 al 6 enumeran las razones por las cuales el salmista quiere bendecir a Dios. Es una lista de afirmaciones que llega a nosotros en forma de buenas noticias, como si fuera una lista de bienaventuranzas. Nos dice: Él perdona todas tus culpas, Él sana todas tus enfermedades. Él rescata tu vida de la tumba, Él te colma de amor y de ternura. Él sacia de bienes tu existencia, y te rejuveneces como un águila. Él hace justicia, Él defiende a todos los oprimidos.
El salmista no está haciendo teoría sino que todas esas cosas las ha vivido en su propia carne. Son las ocasiones en las que se sintió perdonado, en las que se sintió sanado de sus enfermedades físicas, psicológicas o espirituales, cuando cayó en la cuenta de que toda su vida está llena de bienes celestiales. Se podrían ver reflejadas también las veces en las que pasó por momentos de depresión pero se sintió vivo nuevamente cuando descubrió que Dios hizo que su vida rebalsara de amor y de ternura. Es imposible olvidar las fuertes imágenes que el profeta Isaías utiliza para describir el amor y la ternura de Dios cuando afirma: como un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo a ustedes. (Is 66,13) y más todavía en Is 49,15 cuando pregunta: ¿Acaso olvida una madre al hijo que llevó en su vientre? Pues aunque hubiera alguna que se olvidara, yo no me olvidaré de ti jamás.
Es un amor totalmente gratuito que evoca el regazo materno. Es una misericordia entrañable, generosa, duradera. Cada uno de nosotros podría también hacer su propia lista indicando las maravillas que Dios ha ido realizando en su propia historia. El salmista pasa ahora a hacer un elenco de las razones que el pueblo de Dios en su conjunto tiene para bendecir a Dios: Él dio a conocer sus planes a Moisés, y dio a conocer sus planes a los hijos de Israel. El Señor es clemente y compasivo, paciente y lleno de amor; No está siempre acusando ni guarda rencor eternamente; No nos trata como merecen nuestros pecados, Ni nos paga de acuerdo con nuestras culpas.
Todas esas afirmaciones nos recuerdan que Dios se define a sí mismo como clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel (cf. Ex 34,6). En efecto en tiempos de Moisés, el pueblo de Israel fue infiel, traicionó al Dios único y verdadero, se hizo un becerro de oro al que adorar, cambiaron a Dios por un animal que come pasto. Sin embargo, Dios los perdona y renueva su alianza, los protege y acompaña a lo largo de un inmenso desierto hasta llegar a la tierra prometida. En la historia del pueblo de Israel podemos ver reflejada nuestra propia historia, una historia tejida con fidelidad e infidelidad, con pecado y perdón, con arrepentimiento y reconciliación. Por eso también nosotros podemos sentirnos perdonados. El autor del salmo continúa su homenaje a la inmensa misericordia de Dios utilizando comparaciones. Las primeras son dos comparaciones cósmicas, es decir, emplea elementos de la naturaleza de altura y de distancia. Como la altura del cielo sobre la tierra, así es su amor. Como está lejano el oriente del poniente, así aleja de nosotros nuestros crímenes. Son dos imágenes elocuentes. La primera describe el amor de Dios, y así como el cielo se alza sobre la tierra, la cubre y acoge, así la misericordia del Señor respecto de sus fieles. La segunda comparación describe el perdón. Dios aleja tanto de nosotros nuestros delitos que no nos manchan más, no se nos pegan, no cargamos con ellos; ni se ven, de lo lejos que quedan. Esta es una de las muchas metáforas del perdón en el Antiguo Testamento. Una imagen parecida usa el profeta Miqueas cuando dice: arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados (Miq 7,19). No obstante, las comparaciones cósmicas no le bastan al salmista. Sin duda, son impresionantes, pero les falta la emoción humana. Pasa, entonces, a utilizar la figura paterna para explicar quién es Dios. Como un padre siente ternura por sus hijos, así siente el Señor ternura por sus fieles.
Sin lugar a dudas, una de las expresiones más altas que describen el corazón misericordioso de Dios es la parábola del Padre misericordioso (o del Hijo pródigo) de Lc 15,11-32. El repartir la parte de la herencia que les corresponde a los hijos, respetar la libertad de lo que decidan hacer con su dinero, asomarse a la ventana todos los días esperando el regreso del hijo, correr al encuentro del hijo, abrazarlo, besarlo, calzarlo con sandalias y vestirlo con ropas nuevas, colocarle su anillo y hacer fiesta por el hijo menor que ha recobrado con vida, así como también salir a hablar con el hijo mayor dándole explicaciones son gestos y actitudes que nos conmueven y que Jesús utiliza para revelarnos la figura paterna de Dios. Jesús invita también a no quedarnos contemplando pasivamente la misericordia del Padre celestial, sino que nos llama a imitarlo: Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso (Lc 6,36). El salmo se cierra con una invitación universal a bendecir al Señor. ¡Qué todos le bendigan!, esto incluye a los ángeles, a los ejércitos celestiales, a todas sus obras y, por su puesto, al alma humana: ¡Bendice al Señor, alma mía!
Padre Javier Rivas