En la película titulada La misión, se observa una escena en la cual un hombre escala una escarpada montaña entre una cascada, lluvia y un camino lodoso, jalando una red con una pesada carga que lleva atada con una cuerda a su cuerpo, esa pesada carga no le deja avanzar y en varias oportunidades lo arrastra al abismo.
Podemos interpretar que esa red cargada de pesados objetos representa la culpa que aquel hombre lleva después de su mal actuar. Algo similar sufrió David, después que su pecado le fuera denunciado por el profeta Natán. David dijo a Natán: “He pecado contra YAHVEH”.
Sí, a aquel que siendo casi un niño derrotó al gigante Goliat, y que años más tarde llegó a ser Rey de Israel, le ocurrió esto: “Un atardecer en el cual se paseaba por el terrado de su palacio vio desde lo alto a una mujer que se estaba bañando, era una mujer muy hermosa, mandó a informarse sobre ella y le dijeron: Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urias el hitita. David envió gente a traerla; llegó donde David y él se acostó con ella”. 2 Samuel 11; 2-4
“He pecado contra YAHVEH”, con este sentimiento de culpa, pero buscando la misericordia de Dios, compone el Salmo 51: “Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa y de mi pecado purifícame. Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí”. Salmo 51 3-6
Nuestras equivocaciones nos han hecho experimentar seguramente sentimientos de culpa, tristeza, vergüenza que en muchos casos nos han llevado a la depresión y a tener un espíritu abatido. Por años hemos cargado la culpa de haberle fallado a nuestra amiga, de haber traicionado la confianza de aquella persona que confío en nosotros, de haberles fallado a nuestros hijos o a nuestra pareja.
El salmo 51 nos muestra aspectos importantes de la oración de David, sin embargo, quiero únicamente resaltar tres de ellos. El primero: LA SINCERIDAD de David, cuando exclama: “Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí”. Nos muestra la importancia de estar conscientes de nuestras malas acciones y también nos revela que el Señor ve con beneplácito esta actitud. El segundo: LA PETICIÓN de David. Suplica al Señor que le regale un corazón puro y que renueve en él un espíritu firme. Si el pecado te derrotó y destruyó parte de tu vida, el perdón de Dios te levanta, te anima y libera, pues dice el Señor: “Yo estoy con el humillado y abatido de espíritu. Para avivar el espíritu del abatido y para avivar el ánimo de los humillados”. Isaías 57:15 El Señor promete darnos la fortaleza y firmeza necesaria para levantarnos del pozo de oscuridad en donde hemos caído como consecuencia de nuestros pecados.
El tercero: LA ACTITUD de David al pedirle al Señor: “Abre Señor mis labios y mi boca proclamará tu alabanza”. Ante tan inmensa misericordia, acertadamente David se siente libre y con deseos de proclamar la grandeza del Señor y cantar sus alabanzas.
Mientras el pecado nos arrastra al abismo, como lo hacía con aquel hombre de la película, el perdón de Dios nos levanta y nos libera. Es esa libertad de los hijos de Dios que nos permite alabarle con gratitud en todo momento.
“Recuerda que el perdón es darle la libertad a una prisionera y esa prisionera eres tú”.
¡HONOR Y GLORIA AL DIOS DEL AMOR Y DE LA MISERICORDIA, AMÉN ALELUYA! Hugo Velásquez Guatemala