¿Es acaso la felicidad una especie de lotería, o está reservada solo para aquellos que tengan la capacidad de comprarla? Cuando Jesús dijo: “Permanezcan en mi amor para que su alegría sea plena” (Jn. 15) resalta la esencia de nuestro ser, el origen y destino de nuestra existencia: estar unidos al amor de Dios, estar en comunión con Él. Es por ello que tener el espíritu de pobre nos provoca una necesidad de Dios, una urgencia de Él y de su presencia. El descubrirnos pobres, vacíos, desprovistos, carentes, es lo que nos hará encaminarnos a Casa del Padre, como lo hizo el hijo pródigo, aunque para ello, antes tuvo que sentir necesidad.
Cómo es posible que un pobre sea feliz, eso es inconcebible el día de hoy, nadie quiere ser pobre, en nuestra sociedad, pobreza, es sinónimo de infelicidad; pero tener el espíritu pobre, expresa una actitud de humildad ante Dios, es acudir a Dios sin considerar méritos propios, confiar únicamente en su misericordia para ser salvado. Si estamos totalmente vacíos y necesitados de Dios, podemos llenarnos totalmente de su presencia, podemos dejar que Él sea todo en nuestra nada. Diremos como San Pablo: “En mi debilidad se perfecciona su poder”. (2 Cor 12, 9) Qué maravillosa felicidad participar de la acción divina en nuestras vidas.
Por eso el Señor le decía a San Pablo: “te basta mi gracia, te basto yo”. (2 Cor 12, 9)También podemos recordar a David decir: “el Señor es mi Pastor, nada me falta.” (Sal 23) Estas dos citas me hacen meditar en lo que decía mi abuelita cuando alguien expresaba: “dichoso por la casa que compraste”, “dichosa porque viajaste”, “dichoso por esa familia”, etc. Al oír estas frases ella repetía: “Dichosos los que se van al cielo”. Qué frase tan sabia y apropiada, sobre todo, cuando vemos en las revistas o en las noticias que los ricos y famosos, también están tristes y solos. Ahí comprendemos que son dichosos los que se van al cielo, los que ponen su mirada en el cielo, los que caminan hacia ese Reino de los Cielos.
Solo Dios es la fuente de todo bien y de todo amor, mientras más nos llenemos de Dios, más bien gozaremos, mientras más estemos con Él, más amor experimentaremos. Mientras mayor es el recipiente, más es el contenido que puede recibir. Podemos llevar nuestro canastito de tortillas y llevarnos unas cuantas tortillas, o podemos llevar un gran canasto, o, por qué no, un camión de tortillas… Hay personas que necesitan de Dios, un consuelito, una pequeña bendición o un milagrito, pero hay otras que necesitan ser consoladas de una manera extraordinaria, recibir con urgencia una bendición o un súper milagro. Es decir, tienen un inmenso contenedor vacío y les urge llenarlo.
Toda nuestra vida, nuestros pequeños o grandes actos, manifiestan que necesitamos de Dios, basta con pensar en aquella mujer que tocó el borde del manto de Jesús. (Mc 5) En esa ocasión, todos apretaban al Maestro, ella pensaba, que con solo tocar el borde del manto sanaría. Todos lo vieron, ella sanó, el poder, la gracia y el amor de Dios se manifestaron en la vida de aquella que tenía un espíritu de pobre, y hasta se le adelantó al personaje llamado Jairo, que acudía a Jesús por la curación de su hija, un hombre que también tuvo que humillarse con espíritu de pobre, y solo así alcanzó el milagro, obtuvo la alegría de la resurrección de su hija. Jairo y esa mujer anónima sabían que si estaban con Jesús lo tendrían todo, tuvieron la certeza de que Él lo haría todo y, en efecto, así fue. También para cada una de nosotras la aspiración suprema tiene que ser buscar a Jesús y estar con Él, y ya veremos como Dios hace todo en nuestra vida. Como San Pedro debemos decir: “humíllense bajo la mano poderosa de Dios, y Dios los exaltará a su debido tiempo” . Este es otro punto importante, porque la labor de Dios no ocurre necesariamente en nuestro tiempo, sino en el tiempo de Dios. No mi Cronos,(tiempo del hombre), sino su Kayros, (tiempo de Dios). No en mis planes, sino en los perfectos y maravillosos planes de Dios. No poseer mi limitado reinito, sino el Eterno y Glorioso Reino de los Cielos. Aunque para algunos la humildad pasó de moda, la humildad, el espíritu de pobre es la condición para poseer el Reino de los Cielos. La mayor riqueza que se pueda concebir en este mundo y en la vida eterna se conquista con la humildad que nos enseñó Jesús.
Así que es tiempo de deshacernos de las excusas, de las cadenas, de los hábitos, de las debilidades que nos atan al orgullo, a la soberbia, y hasta a la falsa humildad. El Espíritu Santo nos hace nacer de nuevo, nos llena de su presencia y nos envía a dar su luz al mundo entero, a ser como Jesús. ¿Qué nos toca a nosotros? humillarnos, postrarnos.
Hno. José Miguel Rojas.