El gran filósofo y teólogo, padre de la Iglesia, San Agustín de Hipona clamaba en su libro Las Confesiones: “Dame, Señor, a conocer y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, o si es antes conocerte que invocarte. Mas ¿quién habrá que te invoque si antes no te conoce? Porque, no conociéndote, fácilmente podrá invocar una cosa por otra”.
Por la poca claridad que tuvieron nuestros primeros padres en el paraíso terrenal no pudieron mantener el mandato divino: Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comas…
La misma miopía cometió Caín con su hermano Abel. Pudo más la envidia y la negligencia que el amor fraterno. Terminando esta relación con el fratricidio.
¿Por qué David, el rey que había experimentado el amor de Dios, proveniente de una condición sencilla, gozó del privilegio de dominar tantos ejércitos poderosos, cayó víctima de la seducción, llegando a cometer el asesinato de su lugarteniente, desobedeciendo las órdenes que le dictaba su conciencia?
Pedro, quien había jurado dar su vida si tocaban la integridad de Jesús; eufóricamente lo había proclamado el “Mesías”, terminó en los últimos momentos de Jesús abandonándolo, ante una simple pregunta de una mujer intrigada por la procedencia del apóstol.
Tantos desaciertos cometidos en torno a Jesús y su enseñanza. Nadie se escapa de esta dificultad. A diario, ya de palabra o de obras nos alejamos del Hombre que tiene “Pan de vida eterna”, ¿Por qué? El hombre que tiene la Verdad.
Cuando el ser humano, haciendo un espacio en su vida, recapacita en su actuar encuentra estas dicotomías, no ve los caminos claros, los espacios están vedados para encontrar la verdad. Así nos lo dice el documento de Aparecida:
“Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo… Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de la realidad y sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas”. (DA, 44).
¿A dónde hemos llegado con toda la tecnología que se ha descubierto, las economías pujantes, el desborde de la libertad, la destrucción de la naturaleza por el egoísmo desmedido de los poderosos? Ya no sabemos, como lo descubrió san Agustín, al decir que nos hiciste para ti… perdimos el sentido de la vida. Lo que Dios nos regaló, la inteligencia, que nos permite conocer a Dios en la porción más pequeña de la naturaleza, como la flor, los pájaros… se volcó contra su hacedor.
El Dios que quiso estar dentro de nosotros, el Emanuel, que camina por nuestras huellas, que alberga lo recóndito de nuestro ser, ya no lo conocemos. Su voz sigue callada, oculta, prisionera de otras realidades. Acallamos el clamor divino con oropeles de este mundo, porque la ciencia, el bienestar, el hedonismo, el confort nos parecen más reales que el mismo Dios. Hasta dónde ha llegado el error de los hombres, que lo bueno lo consideran malo, y la maldad se ha vuelto la norma de su vida, so pena de quedar marginados de este mundo.
Razón tenía san Pablo al reclamarle a los romanos que su inteligencia no les sirvió para adorar al Creador, sino para someterse a las criaturas con sus idolatrías (Cfr. Rom 1,18). De la mano del Señor casi salimos como dioses (Cfr. Salmo 8), pero nuestra tendencia es buscar los estrados más perdidos del mundo, como le sucedió al hijo pródigo que terminó alimentándose con cerdos, mientras su casa albergaba toda clase de bienes.
Mientras no le pidamos al Señor que se quede con nosotros, como los caminantes de Emaús, seguiremos con el corazón entristecido, con la mente llena de error, y la verdad estará muy lejos de nuestro corazón. Jamás seremos portadores de la luz que viene de Cristo e ilumina con claridad a toda la realidad que nos rodea. Entonces podremos ver a los hombres y mujeres como nuestros hermanos (as), a Dios como nuestro Padre, a la naturaleza como la providente de todas nuestras necesidades. Lic. Francisco Pérez Rugamas Guatemala
Oración Señor, gracias te doy porque tu eres la Verdad, el camino y la vida, gracias porque tu verdad me ha dado libertad. Te pido Padre, que me ayudes a quitar de mi boca la mentira, todos aquellos inventos y cosas que no son verdaderas, porque tú las aborreces y no quiero ofenderte, hazme valiente para decir siempre la verdad, y buscar la verdad, porque se que conociendo la verdad seré libre. A ti, mi dulce Madre María, te pido que intercedas ante tu hijo Jesucristo para llevar la verdad en donde haya error. Amén.