Dichoso el que fue absuelto de su culpa y a quien se perdonó su pecado. Dichoso el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta su falta, y en cuyo espíritu no hay engaño.
Mientras callaba, se consumían mis huesos gimiendo todo el día, pues día y noche tu mano pesaba sobre mí; desapareció mi fuerza como la humedad en tiempo seco.
Pero reconocí ante ti mi pecado, no te oculté mi falta; pensé “Confesaré al Señor mis culpas”. y tú perdonaste mi falta y mi pecado. Por eso te imploran todos los fieles en los momentos de angustia, y aunque se desborden las aguas caudalosas, no los alcanzarán.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me inundarás de alegría por la liberación. Yo te instruiré, te mostraré el camino a seguir, y me ocuparé de ti constantemente.
No sean irracionales como caballos o mulos, cuyo brío hay que domar con rienda y freno para servirse de ellos. Muchas son las penas del malvado, pero al que confía en el Señor lo envuelve el amor.